En Grecia, como en la mayor parte del mundo antiguo, la educación estaba reservada únicamente para los niños, y no para las niñas, y sólo para los que por su riqueza pudieran permitírselo. Es decir, aquellas familias que no podían prescindir del hijo para trabajar, o que no podían pagar a un maestro, no tenían acceso a la educación.
Hacia los siete años se ponía al niño bajo la tutela de un esclavo llamado “pedagogo” (“paidos” significaba niño y “ago” conducir) que le enseñaba buenas maneras y le conducía a la escuela. Allí el niño pasaba buena parte del día. La escuela estaba en la propia casa del maestro.
Allí se sentaban en taburetes y escribían en tablillas de madera encerada mediante “estilos”, una especie de lápiz con un extremo acabado en punta y otro aplastado, para poder borrar lo escrito. Sólo en ocasiones especiales escribían con pluma de caña y tinta sobre papiro (material fabricado a partir de la planta del mismo nombre, tan famosa en Egipto) Los libros estaban también fabricados con ese material que, a diferencia de los nuestros, no se encuaderna, sino que se enrollaba. El papiro más largo encontrado mide más de 40 metros.
Se les enseñaba a leer y escribir, y las reglas básicas de la aritmética. Era muy importante que aprendieran de memoria versos del poeta Homero (el padre de la literatura griega) y supieran recitarlos con la debida entonación. Más tarde, se les enseñaba música, a cantar y a tocar instrumentos sobre todo la lira y la flauta.
También aprendían a componer poesía y cantarla acompañados de la lira.
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